¿Tolerar la intolerancia?

Hace justamente una semana hablamos sobre un nuevo renglón que escasea en el país: el de los profesionales éticos, capaces, incontrovertibles. Hoy, después de una agitada semana, en este tierrero sale a la luz -más todavía, ya se veía en el horizonte- otro elemento en escasez: en Venezuela ya no se consigue la tolerancia.

Estimado amigo lector: si usted pasa por acá y le parece que vamos bien, déjeme decirle que está bien equivocado. La situación que vivimos hoy en día no jode solamente a las «minorías escuálidas» o a los «pobretones de mierda», no afecta solamente a oposición o a chavismo; la cagada de situación que vivimos nos afecta a todos. Véalo como lo quiera ver, mi estimado lector, échele la culpa a Chávez o a Rosales o a Carmona Estanga o a la CIA y al imperio yanqui, échele la culpa si le da la gana a Caldera por haber firmado un indulto o a RCTV y Globovisión por hacer apología a la violencia. Si quiere échele la culpa a Jack Bauer y a CTU, o más bien a Fabiola Colmenares por estar buena y ser activista política cuando su verdadero papel es el de hacer telenovelas de mierda que emboban a las masas. Usted decide a quien echarle la culpa. Lo cierto es que la consecuencia del mal proceder de la Cuarta República o el obrar erróneo de la Quinta nos han llevado a donde estamos ahora: a convertir esto en algo peor que una cagá e país, un trastero, un chiquero, un basurero.

Estamos tan jodidos que ya nadie le aguanta nada al de al lado. Por eso es que en una ciudad como Caracas si chocas un carro el otro conductor se baja y te pega un par de pepazos por la frente. Por eso es que ayer en un supermercado sifrinísimo del este de la ciudad se armó una batalla campal entre los compradores cuando «intenteron» poner la leche en los anaqueles -evidentemente se acabó antes de que lograran siquiera ponerla en las repisas. Por eso es que esta doña «exige» a los hijos de «inmigrantes de mierda» que se vayan, también, a la mismísima mierda.

La intolerancia nos ha llevado a que los auditorios hayan dejado de ser recintos para el diálogo y la discusión profunda para convertirse en una especie moderna de Coliseo. Ayer, Jon Goicoechea se convirtió en gladiador en medio de una arena en la que se encontraba, de todas todas, en plena y absoluta desventaja. Con todo y su nariz rota, hay que agradecer que el resultado no haya sido peor.

¿Y qué hacen los dirigentes de este país para revertir la condición? Pues nada, de hecho, hacen todo lo posible por echar más leña al fuego: parece ser condición sine qua non para ser chavista manejar un discurso de odio, que propicia la división y el irrespeto. «Si no estás conmigo estás en mi contra» sería una manera suave de plantearlo: el verdadero motto de esta gente parece ser «si no estás conmigo te jodo, te descalifico, te vuelvo mierda». ¿Cómo, si no, puede justificarse que en el canal del estado salga Mario Silva burlándose de Goicoechea tras haber sido golpeado?

Un elemento que conforma a cualquier país en el mundo es la Nación, el sentido de pertenencia e identidad que va de lo colectivo a lo individual. Acá se perdió totalmente el sentido de la sociedad nacional porque los intereses individuales se superponen a los del colectivo. Y siempre se ha dicho, los derechos de uno se acaban donde empiezan los derechos de los demás. Cuando ninguna institución es capaz de mantener la cohesión entre los individuos se llega a un punto de no retorno.

No sé qué pueda interpretar usted, mi estimado lector, pero una situación como esta, en la que todos y cada uno de los sectores está enfrentado con el resto no se puede llamar de otra forma que no sea guerra de guerrillas. Peor aún, porque creo que ni a eso llegamos: este escenario es el típico del enfrentamiento de clanes.

¿Qué nos queda hacer, a los que aún nos duele este pedazo de tierra? ¿Tenemos que tolerar la intolerancia? Cada momento que pasa me siento peor aún porque, en medio de tratar de ser tolerante, sigo cada vez buscando y encontrando más y más culpables de habernos llevado a este punto de no retorno. Y me convierto en un ser cada vez más intolerante.